Encarna la Remendá

Encarna García Belmonte
Encarna aprendió desde muy joven a empampanar, a escardar remolacha y a sembrar patatas con la distancia justa de una caña que le había fabricado su padre, quizá para que siempre tuviera la medida correcta de las cosas y para que nunca sucumbiera al despropósito ni a la servidumbre. Y aunque ella nunca fue consciente de aquella enseñanza, luego en la vida siempre tuvo las cosas claras y si tuvo que despojarse del amor, lo hizo sin agraviar a nadie, aunque siempre lo hizo con una firmeza inaudita.
Encarna nació en la calle la Parra, en una casa de dos plantas muy grande en la que siempre hubo mulas y una burra, “platera”, que dice Encarna que todos los años le criaba. En casa de Encarna siempre tuvieron la previsión de asegurarse las provisiones para todo el año y por eso en la planta alta siempre guardaron el trigo, las calabazas y colgaron los tomates de una simiente catalana que dice Encarna que eran tan especiales que casi nadie supo nunca de su existencia. Y es que la posguerra le instruyó en la supervivencia de tal manera, que nunca fue remilgosa con nada ni le espantó el trabajo, tal y como le había enseñado su abuela Rosa, que hizo las veces de madre y de confidente, y por eso ya con doce años ya se ganaba su propio jornal en las parras acarreando agua con sulfato por doce pesetas.
Encarna es una mujer impetuosa pero con un ímpetu dulcificado por su propia voluntad y por la propia naturaleza de su casa en la que tuvo que convivir con otras tres hermanas. Encarna es Encarna la Remendá , y lo es porque unos novios azorados por el amor, descubrieron a través del agujero del llavín a su bisabuelo Antonio preparándoles una cencerrada. Y como quisieron amonestarle por aquel acoso banal, y vieron que tenía aún las marcas de la coz que le había dado días atrás una burra, y que tenía aún puesto el vendaje para que suturara la herida, dice Encarna que fueron aquellos novios los que le pusieron a su bisabuelo el apodo del Remendado que luego ha heredado toda su familia sin hacer acopio de ningún recelo. Encarna sigue teniendo todavía la mirada intensa de su juventud y la misma elocuencia con la que presumía en las clases de costura con doña Remedios, donde dice que siempre destacó porque siempre tuvo unos ardiles fuera de lo común. Y lo mismo hacía punto de custración, que hacía ojales o vainica, o sobre vainica. Y cuando quiso tener su primer muñeca dice que fue ella quien se la fabricó con trapos y un saquito de serrín al que adosó una cabecita cosida con hilo colorado. Encarna dice que está muy agradecida con el ser que dios le ha dado porque siempre ha resuelto las adversidades con una suerte de alegría insólita. Y por eso recuerda que con tan solo siete años ya se iba a la plaza a vender pimientos o uva o manojos de alfalfa para luego comprarse sus zapatitos. Y cómo en las navidades su padre tocaba los platillos y el triángulo mientras ella hacía lo mismo con las postizas en mitad del revuelo de aquellos bailes en los que entre los pretendientes había unos que apostaban para que las muchachas bailaran y otros para que no lo hicieran en una especie de trifulca sentimental sin maldad. La vida de Encarna siempre ha estado unida a la de sus hermanas y a las veladas nocturnas en las que se reunían a desperfollar o hablar del amor,  o se jugaban los garbanzos a la reposá o al cinquillo. Y en los veranos, cuando los higos se asomaban con su rugosidad perfecta, dice que recogían unos para los marranos y otros los usaban para hacer pan de higo pisándolos una y otra vez sobre la tendía. Encarna siempre ha sido una mujer muy bella. Cuando empezaron a aparecer los primeros pretendientes, recuerda que su padre se apoderó del oficio de carabina y si ella se iba a pasear al puente o a ver películas al cine JUMA, su padre siempre guardaba la distancia justa para el acecho. Aquello a ella nunca le incomodó porque Encarna siempre ha hecho lo que ha creído conveniente. Y cuando tuvo su primer novio y éste se molestó porque la vio a ella subida en el coche de un primo suyo, lo tuvo claro desde el primer instante antes de su desplante. Y aquel mismo día le dijo que no y si él se quedó perplejo por la aflicción y se recogió en los brazos de su madre exhalando una tristeza agónica, y su madre quiso mediar para poder reconquistarla, la negativa estaba tan fundada que nunca tuvieron tiempo para negociar nada más. Al poco tiempo conoció a Pedro y fue con él con quien conquistó el resto de su felicidad, por lo menos hasta que a él lo volteó el viento de la luna y tuvo que dejarlo todo para entregarse a los cuidados de Encarna. Y entonces los recuerdos de la noche de bodas, donde dice ella que se le olvidó el camisón y tuvo que afrontar el primer beso con apenas el viso y la carita de pavor, se atenuaron. Encarna dice que a pesar de todo siempre fue feliz con su marido. Y aunque nunca había calculado el sacrificio que luego le sobrevino, porque a parte de guardar el ganado cuando él tenía que podar las parras, tenía que levantarse a las tres de la mañana para ir a lavar al lavadero, lo que luego se tradujo en dormir una noche sí y otra no para abarcar toda aquella tarea, nunca se le escapó ningún reproche. Y cuando él enfermó, ella lo medicaba sin que se diera cuenta. Y fue entonces cuando pusieron la tienda. Y cuando hacía embutidos con la carne que traían a escondidas de Urrácal. Y cuando hacía roscos por las noches. Y cuando descubrió que, pese a la desventura, aquello era la culminación natural de su amor. Encarna y Pedro se hicieron la foto de casados seis meses después de contraer matrimonio. Fue una foto sencilla, sin abalorios, sin lujos. Igual que fue luego su vida. Dice Encarna que ahora lo ensueña, que todavía sigue hablando con él con la misma naturalidad con la que lo hacía entonces. Y aunque sabe que no es real, a ella le gusta pensar que no ocurrió nada de lo que ocurrió y que la vida sigue teniendo la belleza ilusoria que tenía cuando era una niña y su divertimento era mirar por el llavín de la puerta para ver sus todos sus secretos.  



Comentarios

  1. La mejor madre del mundo luchadora.Agradable .Buena una persona admirable en todos los sentidos la mejor

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